26 diciembre, 2009

Sobre el silencio


Vivimos una época profusa en virtudes. Conocemos el universo con una profundidad que no hubieran podido sospechar los padres de la astronomía, los avances de la medicina han permitido alargar la esperanza de vida y la calidad de ésta, los sistemas de transporte de masas contemporáneos así como la comunicación global en tiempo real han acortado las distancias y las nostalgias, la concienciación de la sociedad en la defensa de los derechos humanos es cada vez mayor. El mundo bulle hoy en día a pesar de todas las penurias pasadas.

Hay quien se alza con gravedad fingida y autocomplaciente señalando la falta de moral y la ligereza del hombre contemporáneo. De estos hay quien incluso añora épocas pasadas, arcadias irreales que viven en su pensamiento y que realmente nunca existieron. Estas consideraciones son visiones deformadas de la sociedad que obvian considerar como conjunto. Es evidente que si uno se sumerge, por ejemplo, en los escritos de la Grecia clásica puede caer en el error de pensar que toda la sociedad griega tenía unas preocupaciones de corte trascendente y olvidar que por otra parte gran parte de estos autores eran buenos aficionados a los jóvenes efebos. Por ello yo pregunto a estos profetas del Apocalipsis ¿Qué mundo fue mejor? ¿El Egipto de los esclavos? ¿La Roma decadente? ¿La Edad Media dónde los vasallos eran propiedad de sus señores? ¿La América de los esclavos? ¿La Rusia comunista? ¿O la Europa de entreguerras quizá?

No somos una sociedad adormecida, somos una sociedad estupefacta. Víctimas de lo que nuestra creación obra en nuestro ánimo. Menospreciamos el silencio como falta de estímulo. Somos consumidores insaciables de imágenes, la imagen es nuestro narcótico, en cierto modo nuestro infinito. Podríamos pasar miles de años contemplando imágenes si nuestra biología nos acompañara. Obras de arte, diseños publicitarios, edificios, árboles, animales, estrellas… sin encontrar jamás saciedad. La imagen por su naturaleza frustra el apetito, hipnotiza pero no sacia. Por ello yo defiendo que el verdadero silencio de nuestra época no es la ausencia de sonido, sino la ausencia de imagen, la predisposición en el ánimo a enfrentarse con la interioridad.

Mucha gente teme al silencio, lo ven como algo poco deseable. Me ha pasado, en más de una ocasión, estar con un par de buenos amigos tomando algo en una terraza en silencio, sin más intención que desgranar horas de compañía, disfrutando de una tranquila tarde de esas que invitan a entrecerrar los ojos para fundirse con el ambiente y asimilar sus sonidos, cuando alguien que nos ha reconocido se ha acercado a nuestra mesa y con una voz, siempre estridente para la situación, ha exclamado ¡Hombre! ¿Qué tal? ¿Qué calladitos estáis no? Rompiendo así por completo la placidez del momento. En gran parte de estos casos la osadía llega al extremo de agregarse a la reunión y forzar una conversación innecesaria.

Hay grandes silencios, silencios que hacen mucho más por la comunicación que cualquier verborrea estéril. Hay quien incluso los ha adquirido como seña de identidad ¿Cómo obviar la carga expresiva de los silencios de Brando? Su indolencia a la hora de escuchar la voz de acción hacía perder los nervios de sus directores, pero creaba una tensión narrativa que ha estado al alcance muy pocos.

He tardado años en comprender que, como decía con anterioridad, el silencio no es necesariamente la ausencia de sonido. El silencio que nos enfrenta a nosotros mismos y a la verdad de las cosas va mucho mas allá de la vibración de las partículas que nos rodean. Lamentablemente la cantidad de estímulos que tenemos hoy en día a nuestro alcance ha propiciado que el silencio no encuentre su espacio necesario, lo hemos desterrado como algo indeseable. Ese es el gran pecado de nuestros días, ese y no otro

No hay comentarios: