26 diciembre, 2009

La creatividad como profesión


Conseguir transformar la escritura de modo de vida en medio para vivir. Éste es el reto de los juntaletras profesionales. La incertidumbre vital que se cierne sobre el escribidor es análoga a la experimentada ante la hoja en blanco. Confiar el futuro a la capacidad de producción intelectual, propia y distinta, tiene algo de quijotesco, particularmente en la actualidad.

Todos las profesiones relacionadas con el universo de la creación, ya sean éstas las de los creativos publicitarios, escritores o artistas plásticos , se enfrentan, antes o después, a los conocidos bloqueos creativos. Estos momentos vitales se caracterizan por una sequía de ideas que frustran al profesional.

Los años 80 fueron una época de un cierto resurgir cultural popular. Era la época de los grandes empresarios hechos a sí mismos (self-made mans), la movida madrileña, los grandes negocios, etc. También fue la época de los grandes gurús en economía, moda, arquitectura... Todo se confiaba a la inspiración. Quien desarrollaba un producto original y distinto hacía fortuna.

Lo cierto es que este enfoque del trabajo está en exceso expuesto a los bloqueos antes mencionados y a la larga imposibilita una creación continuista que, aunque evolucione en su forma de expresión, siga una línea sólida.

Lo ideal, contra lo que pueda parecer a priori en este tipo de actividades, es seguir una metodología de trabajo. Aunque en ocasiones la inspiración pueda ser determinante a la hora de revolucionar un determinado campo (podemos imaginar ahora a Dalí saltando alterado de la cama a trazar en un lienzo lo que acaba de ver en sus sueños), no lo es menos que el hábito de trabajo facilita enormemente la canalización de las ideas. Cuanto más ejercitado esté un ebanista en su oficio mejor podrá ejecutar una idea que le sobrevenga de manera repentina.

El que espera a que las musas vengan a visitarlo tranquilamente acomodado en el sofá de su casa, olvidándose por completo de la técnica de su oficio, seguramente no sepa darles respuesta cuando se presente la ocasión. De hecho, el ejercicio continuado de la técnica predispone a la innovación, puesto que este contacto, que nos permite conocerla a fondo, también posibilita el hallazgo de posibles perfecciones. Sobre esto sólo queda decir, creo, algo que dijo Pablo Picasso: "Espero que la inspiración me sorprenda trabajando".

Esto es especialmente cierto en el caso del académico. El panorama socio-económico del mundo desarrollado ha favorecido la proliferación de universidades y centros de estudio en todas las ciudades. Esta realidad se manifiesta de manera especialmente patente en España. Cualquier ciudad de tamaño medio tiene al menos un centro universitario y no son pocas las que cuentan con dos, incluso tres. Decenas en las grandes ciudades como Madrid. Esto facilita la profusión de especialistas con unos intereses comunes, que en ciertos campos hacen legión, y a la larga horizontalizan el conocimiento, esto es, la producción masiva necesariamente acaba con la originalidad y hacen todavía más ardua la tarea del académico que se ve obligado a reducir su campo de estudio perdiendo en algunos casos la perspectiva.

A todo lo dicho se une el hecho de que vivimos en un mundo en el que los flujos de información de una a otra parte son continuados y excepcionalmente voluminosos. Aunque la mayor parte de esa información sea información muerta. Por su parte, el académico no ha de ver en esto un hándicap, sino una oportunidad de confrontar su producción con otras que se produzcan en el mundo. La posibilidad de formar una comunidad global sobre casi cualquier tema que sea del interés de unas cuantas personas gracias a los medios actuales debería resultar impagable para el investigador académico. Esto posibilita la perfección de los propios textos y la maduración en comunidad de nuevas ideas.

Siempre que se habla sobre este tema se me viene a la cabeza una película canadiense, "Las invasiones bárbaras". En un momento determinado de la película uno de los protagonistas se dirige a otro y le pregunta que si cree que la inteligencia es un hecho colectivo más que un mérito particular, el interpelado extrañado dice que porque le pregunta eso, a lo que el primero le responde: Grecia siglo V a.C., España siglo XVI, Viena siglo XVIII, etc. Si de hecho esto es así las posibilidades actuales de producción intelectual se han multiplicado exponencialmente, y ante esto las personas que se dediquen profesionalmente al conocimiento no deberían permanecer impasibles.

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