04 enero, 2010

Tractatus


El límite que establece Wittgenstein en el prólogo del Tractatus responde a la voluntad del vienés de identificar el territorio propio de las afirmaciones de verdad. Afirmaciones que permiten el avance en el marco de la comprensión científica del mundo. Éstas serán identificadas como lo que es posible decir esto es, “la expresión de los pensamientos”.


La isomorfía lenguaje-mundo que establece el vienés se funda sobre la convicción que tiene durante la etapa en la que escribe el Tractatus de que es posible atomizar el conjunto de hechos que se nos presentan hasta el punto de poder identificarlos todos con una proposición a la que aparejar una variable. Wittgenstein llega a decir en esta línea que cada pensamiento es como un cuadro, esto es, una individualidad que poder analizar bajo el prisma de la lógica.

El pensamiento wittgensteniano, ciertamente revolucionario para la época, rechaza de plano cualquier tradición (aunque agradece a Russel y a Frege su herencia) no por un afán especialmente rupturista sino por la concepción que el pensador tiene de lo que tiene que ser el punto de partida de toda filosofía; expresión de los pensamientos individuales con la mayor precisión posible. Desde esta perspectiva la introspección gana enteros frente a la tradición.

“Si este trabajo tiene algún valor, lo tiene en un doble sentido. Primero, por venir expresados en él pensamientos, y este valor será tanto más grande cuanto mejor expresados estén dichos pensamientos”. Expresión y preción parecen las principales obsesiones para este primer Wittgenstein. Irreductibles la una a la otra en su sistema, si se trata de dar fe correctamente de la relación mente-mundo, la rectitud de la primera se funda en la actividad de la segunda.

El pensamiento se establece como referente del significado de las proposiciones mediando entre ellas los sentidos, es decir, a cada una de las individualidades producidas por el pensamiento de manera abstracta, y concretadas por el lenguaje, va aparejada la contribución de los sentidos que captan el mundo para posibilitar dicha abstracción que media entre la primera y la segunda actividad, y sin la cual no habría pensamiento ni, por tanto expresión.

La característica multiplicidad de las proposiciones del lenguaje, así como la contingencia de los posibles estados de las cosas, posibilitan que se de el caso de proposiciones que no estén aparejadas a ningún hecho concreto del mundo, este el ámbito al que Wittgenstein se refiere como “sobre lo que es mejor callar”.

En definitiva la particular configuración del pensamiento del vienés, obsesionado durante esta primera etapa por la precisión, responde a su formación como ingeniero. Esto se manifiesta claramente en el modo de escribir el Tractatus, donde a una primera expresión le seguirán una serie de aclaraciones que intentarán precisar al máximo el objetivo de la primera formulación.

Esta primera actitud, a la que tanto deben posteriores escuelas, es rechazada casi frontalmente por el vienés con el paso de los años. El objetivo marcado en el Tractatus se muestra inalcanzable. El lenguaje, esquivo y oscuro por su propia naturaleza, nacido en lo más recóndito del alma humana, no se ha dejado dominar por el reduccionismo lógico que pretende aparejar una proposición a cada pensamiento, es más, se muestra rico y multiforme, caracterizado como un hábito social que requiere suponer una multitud de variables inasumibles para un sistema lógico tradicional.

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