26 diciembre, 2009

Tiempo extraño


Por razones históricas siempre viajo el día de Nochebuena. Esto me permite observar como, conforme se acerca la hora de la cena, se va transformando el panorama de nuestras ciudades. A partir de las 8 o las 9 las calles presentan un aspecto desértico. El sistema se paraliza casi por completo (siempre hay alguien que pringa claro está). Esto es especialmente notorio en las vías de acceso y las rondas de circunvalación en cualquier ciudad de tamaño medio-grande de España. Todas las grandes superficies están cerradas. Nada funciona a una hora a la que cualquier otro día los negocios estarían en plena actividad. Cualquier persona que no este ese día a la hora estipulada en el lugar estipulado por la prescripción de lo tradicional se puede considerar un paria.

No hay devoluciones en El Corte Inglés el día 24 a las 9 de la noche, tampoco hay Big-Macs, ni cine 3-D, nadie compra estanterías en Ikea, los cachorritos de las tiendas de animales duermen ajenos en sus expositores, las rebecas de Zara descansan colgadas en sus percheros estremecidas de silencio, los grifos de Leroy-Merlin miran impasibles a las cortinas de ducha. Y nadie. Nadie en kilómetros a la redonda. En muchas ocasiones ni siquiera el guardia de turno. Éste ha sido sustituido por cámaras de videovigilancia que observan el silencio en silencio.

Siempre he imaginado una legión de rebeldes que ese día desafían las normas. Gente que cena plácidamente en un Telepizza, que alquila una peli o que pasea por un centro comercial. Valientes que se resisten al repliegue del sistema para celebrar el Sistema y siguen con el curso de su vida. Gente extraordinaria que se sacude las imposiciones y se queda tan tranquila obviando una de las fechas más señaladas del año sin sentir el más mínimo remordimiento.

Del mismo modo, me imagino que en un universo paralelo la noche del 31 de Diciembre al 1 de Enero es una noche más. Un lugar donde si acaso algunos pocos observan, por mera curiosidad, como ese noche además del día cambia también el año en sus relojes digitales, observándolo con la misma extraña fascinación con la que nosotros a veces contemplamos nuestros relojes cambiar de hora. En este universo sólo se experimenta esa emoción rara que sentimos cuando asistimos al momento justo en que un reloj de agujas cambia de una hora a otra, pero no se lleva más allá de la pequeña satisfacción personal de presenciarlo. No se hacen grandes algaradas callejeras para celebrar el nuevo guarismo. No corren ríos de champán. No hay grandes concentraciones para experimentar el momento con masas de gente histérica. Ni siquiera se habla del asunto en la calle. En este universo el cambio de año es una cuestión de alcoba, de ensimismamiento, de curiosidad si se quiere. Se experimenta de manera individual y no universal. Porque en este universo paralelo que yo imagino sus huéspedes saben algo. No hay Tiempo.

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